Llegamos a las puertas de la Fortaleza. Reposo del Aire mágico, indiferente a nuestra presencia. No se veían centinelas fuera, abrimos las enormes puertas, sorprendidos de la facilidad con la que penetrábamos en tamaña construcción. Los guardias estaban en su interior, ajenos a nosotros. La paz reinaba en el lugar, en cierto modo eso nos relajó un poco, pero continuamos alerta, éramos extranjeros y no conocíamos las costumbres locales.
Nos dirigimos a uno de los centinelas, cada cual con ropajes más variopintos. Amablemente le indicamos que llegamos en busca del Aire mágico, después de un largo y duro viaje. Ellos ya debían saber de nuestra llegada pero por infortunios del destino no fueron convenientemente informados. Ya lo sospechábamos, nuestro correo convenientemente pagado, había sido un fraude, tamaña injusticia debía ser vengada. Sorprendentemente el centinela no se sorprendió y nos indicó que debíamos aguardar cierto tiempo hasta que su superiora llegase, ella nos juzgaría y habría que acatar su sentencia. Ni siquira discutimos y mucho menos presentamos batalla, los guardianes de la fortaleza nos trataron correctamente y únicamente restaba esperar. Una espera tensa pero reconfortada por la tranquilidad que se respiraba en aquel lugar.
El viento era frío en el exterior, pero decidimos que lo mejor sería alejarnos del lugar y no presionar la situación, regresaríamos desde luego para nuestro juicio, pero no sin antes despejar nuestras mentes en la atmósfera de Albión. Encontramos un nuevo mercado, no tan vasto como el anterior, pero surcado de tiendas muy diversas. A qué se dedicaban en esta Albión para poder sufragar tamaña cantidad de puestos callejeros y tiendas, era inaudito, la sensación de que un hechizo nos estaba afectando empezaba a tomar forma, quizá era un modo de arruinarnos, haciéndonos ver tiendas por doquier, de objetos maravillosos de múltiples procedencias y luminosos, la atracción fatal no podía ser natural, algo nos estaba atacando y no nos dábamos cuenta, sólo en el fondo de nuestra alma percibíamos algo extraño sin comprenderlo. El tiempo pasó y por suerte la atracción del Aire mágico fue suficientemente fuerte para llevarnos de nuevo a la Fortaleza.
Las puertas se abrieron a nuestra llegada, un poder mágico debió ejecutar tal proeza, pues ningún guardián había tras ellas. Nuestra jueza había llegado, no nos la presentaron pero era ella, se movía con seguridad entre los centinelas, con un aura de poder inconfundible. Volvimos a dirigirnos al centinela que nos abordó en la primera ocasión, al instante se dirigió a su superiora y ésta actuó, nuestro juicio comenzó. Pobres de nosotros, sólo teníamos un mísero recibo del correo que debían haber recibido, ella comenzó a realizar comprobaciones, consultó en sus estadillos y libros de registro, revisó todos los escritos de los que disponía, nosotros mirábamos atentos, esperanzados, con el alma en vilo, tan cerca de nuestro destino, a pocos pasos del Aire mágico y la jueza era el último escalón, maldito correo, maldito correo. De repente rasgó un par de pergaminos, la suerte estaba echada, con pasos seguros y majestuosos llegó ante nosotros y simplemente con su brazo extendido y una sonrisa nos regaló los pergaminos que nos permitirían alcanzar el Aire mágico. La felicidad se adueñó de nosotros y nuestros rostros, después de todos los peligros y aventuras pasadas, uno de nuestros objetivos estaba casi cumplido. Estos dos pergaminos nos acompañarían de aquí en adelante como símbolos de que la justicia y la honradez siempre triunfarían.
martes, marzo 09, 2010
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