Otro día más de trabajo, miércoles por la mañana, legañas en los ojos y una niebla que se incrustaba en mis huesos hasta desperezarlos. Hoy tenía un trabajo en una fábrica de Adargasnof, tierra de leyendas y mitos, con lugareños huraños y de mirada sibilina, o eso dicen. Pamplinas. Acabo de meter las herramientas en la furgoneta y parto hacia mi destino. La músca aleatoria del radiocedé del coche ameniza la monotonía de un paisaje esquelético de montaña. Apenas se ve pasar algún que otro coche o camión. Antes de llegar a la fábrica he de pasar por el pueblo de Adargasnof, con o sin leyendas la realidad es que impone un respeto antinatural. Todas las calles son de adoquín presentando un brillo extraño ante el reflejo de los faros de la furgoneta, como si absorbieran más luz de la que debieran, tenían algo especial, pero lógicamente no me apetecía comprobarlo, al menos no hoy. Y no es que fuera porque tuviera ganas de empezar a trabajar, que maldita la hora en que el jefe me envió a este destino, no, es que las "gentes" del lugar parecían estatuas con cabezas giratorias que no hacían más que mirar, o mejor dicho vigilar, mi paso por el pueblo, como si fuera una celebridad. Pero realmente lo más inquietante de todo no era esto, sino su indumentaria, cómo explicarlo..., era algo que nunca había visto, parecía lana muy gruesa y compacta, dura de verdad, de color oscuro, sobre la que caían gotas del agua condensada por la niebla. Además todos llevaban sobre la cabeza una extraña capucha del mismo material, detalle que fue lo que me causó una mayor inquietud, porque parecía que dentro de aquellas ropas sólo hubiera sombras. En vez de acelerar para llegar a la fábrica de una vez, iba más lento, o eso me parecía, empezaba a pensar que toda esa "gente" me estuviera reteniendo de algún modo. Entonces pegué un frenazo de repente, un viejo arrugado se encontraba detenido ante mí, en medio de la calle, me quedé con los ojos abiertos como platos y la boca como si se hubiera desencajado, el "señor" en cuestión no llevaba nada de ropa por encima de su cintura, tenía el pecho descubierto, pálido y lleno de un pelo espeso, se apoyaba sobre un bastón, sin moverse ni un ápice de su posición. Su cara, su cara miraba a niguna parte con unos ojos totalmente blancos y una sonrisa de oreja a oreja en la que no se veía ni un sólo diente. Creo que el tiempo pasaba, pero no lo podía saber con exactitud, hasta que entonces pensé en el radiocedé, no funcionaba¡, estaba en un absoluto silencio, en medio de ninguna parte y delante de algo que tenía que dejar atrás ya, giré el volante y aceleré, pero ni siquiera fue una arrancada fulgurante, salí lentamente pasando a un lado del viejo que continuaba imperturbable, serían los adoquines los que frenaban a las ruedas?. Al fin la música comenzó a sonar de nuevo, estaba fuera del pueblo, de camino a la fábrica y con la piel de gallina... pamplinas
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